Manejaba un Fiat 125 azul, el mismo de Salvador Allende. Un conocido que importó los autos para el Grupo de Amigos del Presidente trajo uno de sobra y se lo ofreció a él. Viajaba con tres de sus hijos hacia Santiago luego de haber ido a ver al mayor de los hombres, Gonzalo, a la Escuela de Arquitectura de la Católica de Valparaíso. Era tarde, y cerca de Curacaví lo impactó un bus de frente. El accidente cobró la vida de él y de sus hijos Cristóbal y José Manuel. Los diarios de la época cuentan que a su funeral asistieron más de 500 personas, incluidos ministros, senadores, reconocidos arquitectos, sacerdotes y el ex presidente Jorge Alessandri. “En la plaza de Pedro de Valdivia frente a la iglesia no cabía una corona de flores más”, recuerda su cuñado Domingo Viviani. Es que Gonzalo Mardones Restat, de 45 años, estaba en la mitad de una prodigiosa carrera como arquitecto e influyendo en diversas áreas como activo urbanista, profesor y defensor del patrimonio. Como dijo el entonces Presidente del Colegio de Arquitectos Héctor Valdés en su funeral, “Gonzalo Mardones fue un arquitecto en toda la extensión del concepto, y con el mérito de nunca dejar de serlo, fue mucho más allá de lo que es propio de la profesión”.
Su padre era Francisco Mardones Otaiza, quien además de ser rector de la Universidad de Chile, fue ministro de Obras Públicas, de Hacienda y del Interior del Presidente Arturo Alessandri Palma. Se casó con Berta Restat, una vasco francesa que siempre dudó entre entrar al convento o tener muchos hijos. Optó por lo segundo: Gonzalo fue el menor de los 16 Mardones Restat. Como concho tomó un poco de la genialidad y simpatía de sus hermanos mayores, todos profesionales de alto calibre: ingenieros, académicos, estadistas, y dos premios nacionales, uno de Arquitectura y otro de Medicina. Era reconocida como una familia con muchas cualidades intelectuales e influyentes en el quehacer nacional. “Si había dos clanes potentes profesionalmente en esa época eran los Mardones y los Alessandri”, cuenta Domingo Viviani. Desde niño a Gonzalo le tocó sentarse en largas sobremesas aprendiendo de todo. Y rápidamente estuvo a la altura de sus hermanos. Fue un excelente alumno en el Liceo Alemán, donde además destacó como atleta y tenista. Cuando una lesión lo desligó del tenis, se transformó en un asiduo golfista. Después entró a estudiar Arquitectura en la Universidad de Chile y se graduó con distinción máxima. A los 23 años se casó con Graciela Viviani Palma, con quien tuvo seis hijos.
Su carrera como arquitecto partió como socio de su hermano Julio, con quien construyó obras como la Villa Olímpica de Santiago. Luego formó el Taller de Arquitectura y Urbanismo (TAU), junto a un grupo de destacados profesionales de la Universidad de Chile. La oficina quedaba en Villavicencio en el barrio Lastarria, al lado de los talleres de artistas, poetas y pintores. “Había un ambiente bohemio, pasaban cosas, mi papá se quedaba hasta tarde en largas conversaciones. Se entretenía mucho. Yo iba como junior a veces y quedaba fascinado con ese mundo”, cuenta su hijo Gonzalo. TAU se convirtió en una oficina reconocida que ganó varios concursos públicos. Entre otros proyectos llevan su firma el Plan Regulador de Concepción, la planificación y diseño urbano de Iquique, el Campus de la Facultad de Agronomía e Ingeniería forestal de la Universidad de Chile y la Remodelación San Borja. TAU además prestó asesorías urbanas a países de América y Europa.
Aunque como arquitecto no paraba, su tiempo alcanzaba para mucho más. Por varios años fue profesor de taller de la Universidad de Chile. “El era un hombre muy vital y un profesor sumamente estimulante. Pasaba con él algo que era muy poco usual para esa época: se preocupaba mucho de los estudiantes. Transmitía sus conocimientos de una manera muy generosa y estaba siempre dispuesto. Tenía mucho oficio, te enseñaba desde cómo pensar un proyecto hasta el detalle constructivo. Era muy activo, muy inquieto y te traía el mundo externo a la clase”, recuerda la arquitecta y docente de la Universidad Católica, Pilar Urrejola. Ejercía además como destacado urbanista, asesor del alcalde de Providencia y se convirtió en un gran defensor del patrimonio nacional. De hecho, la Farmacia Benjerodt y la Casa Colorada le deben su existencia a este arquitecto. “Durante el gobierno de Frei Montalva se pensó en demolerlas y mi papá fue el gran defensor de este patrimonio, enfrentándose en varias ocasiones al alcalde Manuel Fernández. Cuando tenía perdida la causa, partió a San Bernardo y se trajo a los huasos con palas y picotas a manifestar en favor de salvar la historia y el patrimonio”, cuenta Gonzalo Mardones Viviani. Es que aunque era conocido por su amabilidad, cuando tenía que defender algo lo hacía con fuerza.
Una de las anécdotas que relata su hija Francisca en el libro Nuestra familia: los Mardones Restat, es que en 1970 durante las elecciones presidenciales asistió a un debate televisado en representación de Jorge Alessandri para exponer sobre su plan de vivienda y urbanismo. Tras una hora de programa el representante de Salvador Allende, Orlando Millas, y Juan Hamilton, vocero de Radomiro Tomic, se habían entrampado en una pelea con gritos y descalificaciones. Entonces el moderador del debate, Adolfo Yankelevic, dijo: “Señor Mardones, llevamos media hora de programa y usted no ha abierto la boca”. A lo que el increpado respondió, “usted me invitó a un programa donde el tema era la ciudad y la vivienda, no a un gallinero donde el gallo y la gallina han discutido sobre política baja. Yo no estoy para peleas de ignorantes…” La tensión llegó a un clímax y tras el contraataque de Millas el programa hubo que cortarlo.
Con esa misma pasión defendía temas que eran poco considerados en sus tiempos: el patrimonio, el medio ambiente y el desarrollo sustentable de las ciudades. “Me acuerdo que nos llevaba a playas desérticas y recogía los pedazos de plástico de la orilla del mar y nos decía: esto va a terminar con el mundo”, cuenta su hijo Gonzalo. Tomaba medidas concretas por proteger lo que creía importante, de hecho fue él quien ideó la Nueva Providencia bajo la alcaldía de Alfredo Alcaíno, a pesar de la gran oposición que existía; era un impulsor de hacer una ciudad satélite entre Santiago y Valparaíso para aplacar el desmedido crecimiento de la capital; y trabajó al mando de una comisión de 150 arquitectos y urbanistas para desarrollar el plan nacional de desarrollo urbano, rural y vivienda, un dossier que serviría como referencia para la Junta de Gobierno.
Y como si fuera poco, el tiempo le alcanzaba para jugar golf; él fue quien ideó la sede del Club de Polo de Santa María de Manquehue, y fue un activo miembro de su directorio. Fue también parte del equipo nacional de bridge y ganó dos veces la Copa de Oro. Le gustaba viajar a países con realidades diferentes y estudiar los casos aplicables a Chile. “A los siete hijos nos mostró cómo vivir la vida de otra manera, siempre nos estaba enseñando cosas o haciendo alguna actividad. Tocaba guitarra, hacía muebles, nos llevaba a jugar golf. Lo admirábamos muchísimo. Nunca pensé en estudiar algo diferente a Arquitectura”, cuenta su hijo Gonzalo.
Gonzalo Mardones Restat se acababa de independizar, se había casado por segunda vez con María Inés Orrego, con quien tenía una hija de 10 meses, era vicepresidente del Colegio de Arquitectos, y su carrera iba en rápido ascenso. El 30 de noviembre de 1974 partió antes de tiempo. Tras su muerte, la sede del Colegio de Arquitectos pasó a llamarse Gonzalo Mardones Restat y hoy, su hijo y nieto, los dos arquitectos quienes que llevan su nombre, siguen manteniendo vivo su legado.